lunes, 30 de mayo de 2011

Mitos urbanos, de Manuel Gahete



“Mitos urbanos” logró el Premio Ateneo de Poesía 2007 (Sevilla) y precisamente después de leer sus páginas el lector se da cuenta de la grandeza literaria que esconde esta obra, aunque breve y poética, en cada una de sus palabras. Su autor es el cordobés Manuel Gahete.

El libro se divide en tres partes: “De vita”, “De Morte” y “De amore” y cada una se acompaña con una expresión que, por otra parte, son frases explícitas de lo que acontece después. Así la primera parte emplea “Después de tantos días sin camino y sin casa”, la segunda “Oh labios que no existen después de haberte dicho…” y la tercera “Quo me fixit Amor, quo me voilentius ussit” del poeta clásico Virgilio. Precisamente esa división establecida por el autor se recoge al principio del libro cuando utiliza unas palabras de M. Hernández: “Con tres heridas yo: la de la vida, la de muerte, la del amor”.

Los tres temas en los que se divide la publicación responden claramente a tres de los más inmortales temas del recorrido de la literatura a través de los tiempos y que el propio autor explica que es así, si bien, son también mitos por el hecho de que son inmortales y sus esencias no existen ni físicamente ni tienen bases reales. También es importante recordar que “Mitos urbanos” se fraguó tras la muerte de la madre del poeta cordobés.

Asimismo cada parte se divide al tiempo en varios poemas, cuyos títulos no dejan indiferente a nadie y esconden la misma magia que posteriormente se puede leer a continuación en cada poema. Algunos títulos sugerentes son: Heredero de Adán, Brindis, Acerca del abismo, Gigoló, La equívoca memoria, El don de la ceniza, Sombras de Lancelot, Remedio de amor o Mujer libre.

La obra es sin duda un espectáculo de luces y sombras, de cosas buenas y malas, que se entremezclan y que reposan sobre palabras de bellísima factura y alto contenido emocional. Simplemente hay que rastrear alguno de las estrofas que componen tan amable obra para darse cuenta de la fuerza que transmite cada uno de los versos.
El poeta deja entre ver sus opiniones y sus emociones en su escritura y ello permite al lector reconocer frases tan bellas como las siguientes, una pequeña selección de las que componen la obra, si bien, todas son de gran impacto literario. Así, “la tristeza/ no es más que un signo amargo/ de esta caduca condición humana/ ese fácil recurso/ cuando todo a los pies se desploma” o la que dice: “Hay que vivir/ como si no existiera destino que esperar/ como si el breve diario de la vida/ no volviera a brindarnos/ otra oportunidad de abrir sus páginas”.

Otros ejemplos de belleza expresiva y literaria, en la segunda parte del libro (“De morte”) son: “No puedo redimirte de ese lecho de nieve/ donde savia y saliva/ en tu sed he agotado” o “Helada está tu sangre/ y nada alienta/ este frío letal que así me asola. Mi voz canta con lágrimas/ tu ausencia irreparable”. Gahete en uno de sus versos se pregunta: “¿Qué existe (si es que existe) tras cada nueva muerte?” y el mismo dice: “Muerte que nos explique si el dolor de la vida/ justifica esta absurda pasión de serlo todo/ por una ilusión vaga de acerba libertad”.

En la última parte del libro, “De amore”, el poeta al cambiar de tema emplea un lenguaje distinto, un lenguaje que cautiva sin remedio nuestros sentidos: “Una torpe ceguera nos confunde/ mezcla el licor amargo de la vida/ con el dulce veneno de los labios/ que hemos de beber” o “Porque nunca habrá amor si no eres libre/ si yo he de ser clamor de un río violento/ y tú la sorda piedra que rebota en su cauce”.
Manuel Gahete representa con sus palabras unos temas tratados infinitas veces por la literatura, pero son fuentes inagotables de poesía porque cada uno tiene sus emociones y palabras personales. Como casi siempre, el amor suele ser el tema más reclamado porque no hay “nada como la lucha abierta de los cuerpos” y porque el amor “ennoblece a aquel que ama y embellece al amado”.

Fuente:http://www.leergratis.com/otros/mitos-urbanos-de-manuel-gahete.html

viernes, 27 de mayo de 2011

Alma feliz


Alma felice che sovente torni...
Pablo Garcia Baena
Petrarca, Soneto XIV

Alma feliz por siempre, pues lo fuiste un instante,
vuelve, ligera corza de la dicha pasada,
junto al frío torrente donde flota el recuerdo,
donde la rosa última de fugitivas horas
aún perfuma suave con su filtro de llanto.

Vuelve bajo la luna floral de primavera
a las tímidas huellas de dormidos senderos,
y aspira en esa rosa melancólica y pura
todo el bosque que arde perdido en tu memoria
con sus rojas maderas incendiando los días.

Como nauta que asiste impasible en su leño
al naufragio solemne de la torva tormenta,
desde la roca púrpura por el himno del rayo
mira al joven ahogado, coronado de algas,
flotar en la encrespada cabalgata marina.

Jardines de amatista, emergiendo sombríos
con pálidos estanques y la perla del cisne,
desde la lejanía pronunciarán tu nombre
y pulsará el ocaso sus laúdes de luna,
latentes como vírgenes corazones secretos.

Nocturnas bayaderas su cintura de estío
aplastarán corceles con las crines ardiendo.
Mensajeros errantes agitarán pañuelos
antes de ser talados por el hacha implacable
que convierte a los cedros en funerales lámparas.

Era niño y el claustro de la vida empezabas:
la mirada dorada, rubio el ligero rizo.
Bajo brisas de ensueño escondías al mundo
tus joyas de ternura, la soledad y su fuente,
como el avaro guarda metálicas luciérnagas.

Viviste bajo el ala florida de aquel tiempo
glorioso para el hombre. Hoy, que cansado vuelves,
mira cómo endiamanta tu llanto las ruinas,
cual pájaro de agua que anidara en sus yedras
cuando mayo suspira en las flautas fragantes.

Así fueron tus tardes. Así el viento. Las lilas,
el gorjeo diminuto de sus cálices tibios
deshojaban. De nuevo volverá todo un día.
Dime que has de volver con la mágica llave
de la puerta perdida en un muro de niebla.

Y será igual que entonces: el brodequín de oro
sobre la misma tienda. Gonfalones sagrados
pasarán en días santos. Madam Lily, la sílfide.
purpurina en el pelo, cantará en el alambre,
y un reguero de paja dejarán las carretas.

Escucha el preludiar de violines antiguos.
Ya ha empezado la danza. Los címbalos sonoros
gotean áureo polen en ansiosas corolas
y desnuda a la luz de trompas y de oboes
embriágate, oh alma, recordando tu dicha.

Quiero dedicar este poema de Pablo a la que fuera mi compañera, con la que comparti tantos años y vivencias en la naturaleza con mis dos hijos Amanecer y Helios.

Bartolome.
En recuerdo a Paqui.

martes, 24 de mayo de 2011

CARTA A VICENTE ALEIXANDRE


(Mañana y Alcázar de Córdoba)
Ricardo Molina
A la luz de cada día

Has visto el rostro eterno y variable,
ahora sol, luego viento, luego sombra,
hombre, dios, luna, cielo, fuego, río,
la faz de todo, el rostro numeroso.
Tú eres cuanto has visto. El que en la parte
no lo ve todo es vago sueño en humo
de carbón o de lago…

Este jardín
cerrado es todo el tiempo. Las almenas
primaverales triunfan con sus siglos
de musgo nuevo. El agua de la alberca
-oro y verdor- no muere:

Está mirándola,
mirando eternidades en el día,
oyendo las palabras de los árboles,
inmóvil, quedamente, acariciando
la creación bella en una sola flor…

La flor te ha cautivado con su todo
preso en goce de beso fugitivo
donde el ser en su pleno ser se embriaga,
pequeño edén rizado en rojos pétalos.

Así tú eres en el dulce ámbito
del cerrado jardín todas las cosas.
Perdido en tanto solitario río,
tanta selva de cálidas criaturas,
tanto incendio de llanto en gloria de astros,
tanto goce de luces e la altura,
a tu abandono el mundo se abandona
y en tu visión se funde -uno y vario-
el ser en claridad total del cielo
o bien se quiebra en olas, flores, alas,
iris de la hermosura universal.

Foto. B. Olivares. Campanula del Bejarano

LA NECESIDAD COMO VIRTUD


Córdoba en la poesía de Pablo García Baena
Carlos Clementson

Íntima, sencilla y muy circunscrita a un ámbito local determinado, y casi con análoga ausencia de grandes ambiciones como el vate latino, Cántico es también un estilo de vida, en gran parte determinado por el clima, las circunstancias y la penuria moral y económica de la ciudad y de la época, que impide a los jóvenes miembros de este grupo toda escapada, lejos de su concreto ámbito natal, tras los deslumbradores espejismos de la gran capital y sus grandes núcleos de irradiación cultural; un estilo de vida condicionado por una generalizada estrechez mental y de horizontes cual es la imperante en su tiempo —la oscura postguerra española— y que les lleva a buscar refugio en la cultura, en el arte y la literatura, en sus juveniles ansias de ideal, a falta de otras posibilidades más brillantes y sugestivas.

Un estilo de vida provinciano, recoleto, amistoso, de tabernas y excursiones por la Sierra —por Trassierra, por Sandua, Piedrahita...—, de contemplación gustosa y compartida de un paisaje tanto urbano como natural bellísimo y cargado de nobles resonancias históricas, como contrapeso a un presente ciertamente represivo y frustrante, y en el que los íntimos sentimientos tanto estéticos como afectivos cobran significaciones liberadoras. (Los más decisivos miembros del grupo apenas si salen o viajan fuera del ámbito doméstico de su ciudad, con breves escapadas a algún punto de la geografía andaluza. Horizontes culturales como los de Francia, Italia o Grecia —meca anhelada de sus más hondas inquietudes y que incluso llegarán a ser evocados en algunos de su poemas— quedan tan sólo como añorados polos de atracción de su espíritu por la menesterosidad y forzada clausura nacional de la época).

La salvación radicará en la intensidad y pureza de sus propios sentimientos y afanes, en esa íntima y radiante aspiración a la cultura, el arte y la belleza como salvación, y que en el marco de una ciudad tan favorecida por la historia también puede cumplirse con reconfortante plenitud si se tiene una mirada virgen y un corazón dispuesto.

Foto:B. Olivares.Pablo Garcia Baena en el patio su casa.

sábado, 21 de mayo de 2011

CÁNTICO



¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dexaste con gemido?
Como el ciervo huyste
haviéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ydo.
Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
decilde que adolezco, peno y muero.
Buscando mis amores,
yré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y passaré los fuertes y fronteras.
¡O bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!,
¡o prado de verduras,
de flores esmaltado!,
dezid si por vosotros ha passado.
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.
¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras embiarme
de oy más ya mensajero
que no saben dezirme lo que quiero.
Y todos quantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déxame muriendo
un no sé qué que quedan balbuziendo.
Mas, ¿cómo perseveras,
¡o vida!, no viviendo donde vives,
y haziendo porque mueras
las flechas que recives
de lo que del Amado en ti concives?
¿Por qué, pues as llagado
aqueste coraçón, no le sanaste?
Y, pues me le as robado,
¿por qué assí le dexaste,
y no tomas el robo que robaste?
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshazellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
¡O christalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibuxados!
¡Apártalos, Amado,
que voy de buelo!.
Buélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu buelo, y fresco toma.
Mi Amado las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas estrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los ayres amorosos,
La noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
Caçadnos las raposas,
questá ya florescida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hazemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.
Detente, cierzço muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.
¡Oh ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros humbrales.
Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras dezillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas estrañas.
A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, ayres, ardores,
y miedos de las noches veladores:
Por las amenas liras
y canto de sirenas os conjuro
que cessen vuestras yras,
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más siguro.
Entrado se a la esposa
en el ameno huerto desseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces braços del Amado.
Debajo del mançano,
allí conmigo fuiste desposada;
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.
Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edifficado,
de mil escudos de oro coronado.
A çaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emissiones de bálsamo divino.
En la interior bodega
de mi Amado beví, y, quando salía
por toda aquesta bega,
ya cosa no sabía,
y el ganado perdí que antes seguía.
Allí me dio su pecho,
allí me enseñó sciencia muy sabrosa,
y yo le di de hecho
a mí, sin dexar cosa;
allí le prometí de ser su esposa.
Mi alma se a empleado,
y todo mi caudal, en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro officio,
que ya sólo en amar es mi exercicio.
Pues ya si en el egido
de oy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me e perdido,
que, andando enamorada,
me hice perdediza y fui ganada.
De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guinaldas,
en tu amor florescidas
y en un cabello mío entretexidas.
En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello
y en él presso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
Quando tú me miravas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por esso me adamavas,
y en esso merecían
los míos adorarlo que en ti vían.
No quieras despreciarme,
que si color moreno en mí hallaste,
ya bien puedes mirarme,
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dexaste.
La blanca palomica
al arca con el ramo se a tornado,
y ya la tortolica
al socio desseado
en las riberas verdes a hallado.
En soledad vivía,
y en soledad a puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
Gozémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte y al collado,
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
Y luego a las subidas
cabernas de la piedra nos yremos
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.
Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día.
El aspirar de el ayre,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donayre
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.
Que nadie lo mirava,
Aminadab tampoco parescía,
y el cerco sosegava,
y la cavallería
a vista de las aguas descendía.

San Juan de la Cruz

La mística presente en el Cántico Espiritual.



En el poema “Cántico Espiritual”, de San Juan de la Cruz, podemos ver una recreación del Cantar de los cantares de Salomón, además de que podemos encontrar huellas de las interpretaciones bíblicas cristianas o judías y de la poesía mística musulmana de autores como Ibn Arabi de Murcia e Ibn al Fraid.
Además podemos ver que san Juan de la Cruz, en este poema, recupera las imágenes desconcertantes, los cambios abruptos y hasta la incongruencia de los tiempos verbales. Es en esta poética en la que el poeta pretende explicar las prosas del Cántico Espiritual, otorgando así a una misma imagen distintos valores simbólicos.

San Juan de la Cruz y la mística.



San Juan de la Cruz (1542-1591), es el poeta místico más puro y de expresión más intensa de la literatura española. Fue considerado poeta a lo divino, convirtiendo la materia religiosa en materia terrenal; logrando así confrontar estos dos mundos Su poesía se centra en la reconciliación de los seres humanos con Dios a través de una serie de pasos místicos que se inician con la renuncia a las distracciones del mundo.

En el misticismo sufi, san Juan de la Cruz encontró símbolos como el vino o la embriaguez mística, la noche oscura del alma, el pájaro solitario y el alma como jardín místico.